«La inversión que desarrolla (y celebra) este libro lo altera todo con un sentido del humor envidiable. Uno de sus mejores logros radica en la constitución de ese héroe ebrio que se hace llamar Braulio de la Barra. A pesar de la inmediatez de su nombre, no está caracterizado como un fantoche. Habría sido fácil y simplón adjudicarle el humor burdo del cantinismo pintoresco, el tufo embrutecedor del alcohólico de costumbre, la baba cervecera del borrachín de esquina. Y es que está construido dentro de un inusual espesor ético que lo particulariza. Su potente individualidad está articulada por una embriaguez lúcida, que no es otra cosa que una determinada conciencia de mundo (bebo, luego existo)».
Federico Irizarry (Puerto Rico).